viernes, 24 de septiembre de 2010

Érase una vez un trabajador que no fue a la huelga para joder a los sindicatos...

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martes, 31 de agosto de 2010

Meneame no permite a un usuario votar negativo una noticia candidata a portada

Enlace del meneo:

http://www.meneame.net/story/gobierno-insta-activistas-espanoles-cumplir-ley-marruecos

Captura donde se aprecia la ausencia de la opción de "problema" con sus distintas posibilidades (copia/plagio, duplicada, errónea, etc.)

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El meneo no ha sido votado ni afirmativa ni negativamente por el usuario.

Se aprecia que el meneo sí ha recibido un voto negativo pero de otro usuario, por lo que se trata de una prohibición de votar negativo este meneo que afecta sólo a este usuario en cuestión y no a otros que sí pueden votar negativo el meneo.

ACTUALIZACIÓN:

Meneame corrige finalmente el error:
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Y el usuario vota positivo la noticia:
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domingo, 29 de agosto de 2010

miércoles, 25 de agosto de 2010

Enviar a José Luis, a Mariano y a Juan Carlos a ver si se enteran

Cargas de la policía marroquí contra ciudadanas españolas en El Aaiún (23 de agosto de 2010)



- Para José Luis:

Dirección:
Complejo de la Moncloa, Avda. Puerta de Hierro, s/n. 28071 Madrid
Tel: 91 335 35 35
E-mail: jlrzapatero@presidencia.gob.es

- Para Mariano:

Dirección: c/ Génova 13, 28004, Madrid
Tel: 91 557 73 00
E-mail: atencion@pp.es

- Para Juan Carlos:

Dirección: Palacio de la Zarzuela
Código Postal: 28071 - Madrid
Tel: 91 599 26 26 (Centralita)
Fax: 91 599 24 16

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sábado, 19 de junio de 2010

OTRA LITERATURA José Saramago. Se apaga la voz de los humildes



Hace algo más de medio año, José Saramago (Azinhaga, 1922) se había despedido de sus lectores en la última frase de su novela 'Caín': «La historia ha acabado, no habrá nada más que contar». El escritor portugués, que falleció a mediodía de ayer en Tías, Lanzarote -donde horas después fue instalada la capilla ardiente-, había disfrutado de una prórroga después de estar al borde mismo de la muerte en la Navidad de 2007. Una prolongación de su vida que le dio la oportunidad de escribir dos novelas, la citada 'Caín' y 'El viaje del elefante', y que le hizo reflexionar, aún más, sobre la muerte y el sentido de la existencia. En una entrevista concedida con motivo de la presentación de sus memorias lo explicaba así: «Mi problema en relación con la muerte y por tanto con el tiempo, dado que éste conduce de la mano hasta la muerte, no es tanto por el hecho de morir. Para mí, lo verdaderamente dramático es que estabas y ya no estás. Parece una obviedad, pero yo lo siento así, lo veo así: estabas y ya no estás». Ya no está, pero vivió una vida plena y deja un legado extraordinario.

Pese a su ateísmo militante, Saramago estaba convencido de que su vida había sido casi un milagro, porque todo lo que le sucedió era muy improbable que le hubiera ocurrido. Hasta lo fue esa prórroga inesperada cuando sus allegados se preparaban ya para el adiós. Ahora, con su muerte, se han apagado también las voces de su abuelo Jerónimo y su madre, tan presentes en su obra, y de tantos seres humildes cuya lucha por la supervivencia cotidiana el escritor elevó a la categoría de gran literatura.

- Un autor joven de 60 años.

El milagro de su vida se condensa en la peripecia casi inverosímil del hijo de una familia de trabajadores que, por motivos económicos, sólo pudo estudiar Formación Profesional para adiestrarse en el oficio de cerrajero y terminó por convertirse en el primer autor en lengua portuguesa que recibió el Nobel. El 10 de diciembre de 1998, al recoger el galardón, Saramago no olvidó sus orígenes: allí, ante el rey de Suecia, el escritor habló de su abuelo Jerónimo, «el hombre más sabio» que conoció pese a que no sabía leer ni escribir, y de sus veranos en la aldea natal de Azinhaga, corriendo descalzo por el campo y tumbándose bajo una higuera junto a aquel anciano que «era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras».

A los 22 años, cuando contrajo matrimonio con la pintora Ilda Reis -con quien tuvo una hija-, Saramago trabajaba como administrativo en una empresa industrial y hacía trabajos extras en una mutua. Antes había sido cerrajero y oficinista en un hospital lisboeta. Con todo, las clases de Literatura recibidas en la escuela de Formación Profesional, donde llegó a aprender de memoria un buen puñado de poemas de Fernando Pessoa, no habían sido inútiles. En 1947 publicó una novela, 'Tierra de pecado', que no tuvo el menor eco. La reacción del futuro Nobel fue el silencio. Durante veinte años, trabajando muchos de ellos como empleado de una editorial, no escribió ni una línea.

'Memorial del convento' le dio una fama inesperada y lo convirtió en un joven escritor de casi 60 años, porque a partir de ese libro comenzó su verdadera carrera literaria. Atrás quedaban algunos volúmenes de poesía, una recopilación de textos periodísticos, su trabajo como traductor, su cargo de director adjunto del prestigioso 'Diario de Noticias' unos meses después de la Revolución de los Claveles, su historia de amor con la poetisa Isabel de Nobrega -muy importante para su futuro literario- y su militancia en el Partido Comunista, en el que ingresó en 1969, en plena dictadura.

Durante tres décadas, Saramago ha publicado con una regularidad estricta una serie de libros que lo han colocado entre los mejores escritores de su tiempo. Algunos de ellos han sido muy polémicos: 'El Evangelio según Jesucristo', por ejemplo, atrajo sobre él la ira de la Iglesia. Tanto es así que cuando la Academia sueca le concedió el Nobel, el Vaticano, en un gesto insólito, hizo pública una nota criticando con dureza la decisión.

- Dignidad y esperanza.

No fue la única polémica a la que se vio arrastrado. Su ingreso en la exclusiva nómina del Nobel puso el foco sobre cada una de sus opiniones políticas. Pese a que el fondo de todas sus novelas es inequívocamente antitotalitario (el 'Ensayo sobre la ceguera', de clara influencia kafkiana, revela la fuerza de los aparatos del Estado; el 'Ensayo sobre la lucidez' es una desesperada advertencia sobre la debilidad de los ciudadanos ante las instituciones, y así todas sus obras), su apoyo al régimen cubano le costó numerosas descalificaciones. Sólo en 2003, con motivo del encarcelamiento de Raúl Rivero y otros intelectuales, el escritor portugués se alejó de Castro, aunque sin renunciar a sus ideas comunistas. En los últimos años, ha sido el escritor con mayor participación en actos públicos de significado político. Alto, delgado, con gesto grave, su imagen resultaba habitual en la primera línea de algunas manifestaciones, lo mismo contra ETA que en movimientos anti-globalización.

Muchos quisieron colgarle la etiqueta de dogmático, pero en sus palabras latía un profundo humanismo y la duda permanente de quien había visto tanto que, al final de su vida, apenas mantenía unas pocas certezas. Lo suyo era el escepticismo: sobre el cambio en el ser humano, que navega sin rumbo claro; sobre las utopías, por los crímenes que se cometen en su nombre y por la incierta aceptación de las mismas por las generaciones venideras.

Las certezas se ceñían a unos pocos conceptos. Uno de ellos era el de la esperanza. Esperanza en la que creía profundamente, «porque sin ella no podríamos sobrevivir», decía, y que plasma en todos sus personajes, para quienes cada nuevo día es una pequeña victoria antes de la inevitable derrota final. Otra certeza de su vida era la dignidad, la capacidad del ser humano para resistir en pie aunque sepa que su lucha conduce inexorablemente al fracaso. «Lo sublime es tener la conciencia de que se va a perder y aún así seguir resistiendo», comentó en una ocasión.

Cuando presentó las memorias de sus primeros años, ante la mirada atenta de su esposa y traductora al español, la periodista Pilar del Río («que todavía no había nacido y tanto tardaría en llegar», escribe en la dedicatoria), Saramago se mostraba orgulloso de la coherencia de su vida. Y de haber dado la palabra a tantos seres humildes que se erigen en símbolos de esperanza y resistencia en sus novelas. Su voz quiso ser, lo dijo al recibir el Nobel, el eco de las voces de sus personajes. «No tengo, pensándolo bien, más voz que la que ellos tuvieron. Perdónenme si les pareció poco esto que para mí es todo».

César Coca - El Diario Montañés

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sábado, 12 de junio de 2010

OTRA POLÍTICA Klaus Ernst, presidente de Die Linke (La Izquierda) de Alemania: "La paz social en Europa está en peligro"

Tras la retirada de Oskar Lafontaine y la marcha de Lothar Bisky al Parlamento Europeo, ex presidentes de La Izquierda (Die Linke), el partido cuenta con dos nuevos presidentes: Gesine Lötzsch y Klaus Ernst. EL SIGLO ha conversado con Klaus Ernst sobre los nuevos retos de La Izquierda en Alemania, entre ellos la consolidación del presupuesto alemán, el trabajo temporal, los recortes sociales y las consecuencias de la crisis económica para la democracia. "Poner en peligro la paz social en Europa puede ser mucho más caro que el plan de protección del euro", señala el nuevo presidente y añade: "Quien piense que puede ahorrar durante la crisis, fracasará sin compasión".

- El partido La Izquierda cuenta ya con dos nuevos presidentes, usted y Gesine Lötzsch. ¿Qué significa esto para usted y para su partido?

-Para mí lo importante es que seamos fieles a nuestros objetivos y los llevemos a cabo. Esto significa que luchamos por la retirada de las tropas alemanas de Afganistán. Que La Izquierda luchará por la instauración del salario mínimo, hasta lograrlo, que está en contra del sistema Hartz IV de la Seguridad Social y que luchará hasta lograr superarlo. Al mismo tiempo, queremos ocuparnos más del partido porque en su seno hay diferencias culturales que son más grandes de lo que yo pensé hace dos años y medio. Éste será el deber de Gesine Lötzsch y el mío, como nuevos presidentes.

—Por el momento, han logrado ustedes un nuevo éxito en las recientes elecciones de Renania del Norte-Wesfalia.

—Con este resultado La Izquierda se halla ya en trece grupos parlamentarios en Alemania, es decir, se ha establecido de modo claro en el ámbito político alemán, lo que nos abre la posibilidad de cambiar, de modo positivo, las relaciones políticas en el país. También significa que los ciudadanos han asumido nuestros temas, por ejemplo, la política social en relación a la cuestión quiénpaga la crisis y cómo va a seguir la situación en Afganistán. Respecto a la próxima formación de gobierno en Renania del NorteWesfalia, para que haya un gobierno rojorojo-verde, es decir, Partido Socialdemócrata-La Izquierda-Los Verdes, exigimos el cumplimiento de unas condiciones mínimas, entre ellas que no haya destrucción de empleo en el sector público, que no se destruya más la política social y que no haya nuevas privatizaciones. Si el SPD prefiere trabajar con el FDP (Liberales), es decir, con un partido que está en contra del salario mínimo y que es responsable de una campaña de denigración hacia las personas que cobran el Hartz IV o paro, mostrará que se halla prisionero de la Agenda 2010 y de la política Hartz IV. Y no podrá gobernar con nosotros.

—En Alemania hay más de un millón de personas con trabajo temporal subvencionado. ¿Hasta cuando durará esto, dieciocho meses más, 36? ¿Y después?

—Por el momento, el trabajo temporal ha ayudado a salvar cientos de miles de puestos de trabajo. El desempleo es más caro queel trabajo temporal. Si el trabajo temporal desaparece, las empresas, al final de la crisis, tendrán que esforzarse de nuevo en buscar personas especializadas. Al mismo tiempo, con este tipo de trabajo mejoramos las cajas de la Seguridad Social. Sólo en la industria electrónica se ha destruido, debido a la crisis, una cuarta parte de la producción en Alemania. Los sectores afectados por la crisis económica deberán hacer frente a las consecuencias a partir de marzo del 2012. Después, veremos qué pasa.

—¿Cómo consolidaría La Izquierda los presupuestos del estado alemán?

—Quien piense que puede ahorrar durante la crisis, fracasará sin compasión. Sólo en el año 2010 la deuda federal llegará a los 80 mil millones de euros. Sin contar los länder y los ayuntamientos. En vez de medidas de ahorro que perjudican a los trabajadores, necesitamos programas de inversión para nuevos puestos de trabajo. Al mismo tiempo nosotros exigimos un impuesto para millonarios, así como la reforma del Impuesto sobre la Herencia. Sólo con la puesta en marcha del Impuesto para las Trasacciones Financieras el estado podría recaudar alrededor de doce mil millones de euros al año.

—Tanto Francia como Inglaterra han criticado la política alemana de exportación, a la que han considerado insolidaria e insostenible. ¿Cómo corrigiría su partido este desequilibrio de la eurozona?

—Con justicia ha sido criticada Alemania en este sentido. Sólo entre los años 2000 y 2008, el excedente de exportación ha subido de un 70 por ciento hasta casi 1,3 billones de euros. En Alemania hay una ley, desde el año 1967, que indica que hemos de tomar medidas para mantener el equilibrio de nuestra economía, sobre todo, entre los länder y el Estado central. Esto ha funcionado sólo cuando los salarios se mantuvieron acordes al desarrollo económico. Hubiésemos podido comprar más vino griego, aceitunas españolas o sardinas de Portugal, si hubiésemos logrado impulsar nuestra importación con nuestro poder de compra. Pero no pudimos. Por todo ello, hoy nuestra competitividad se basa en nuestros bajos salarios, que han perdido capacidad adquisitiva, y en el menor crecimiento de otros países de la eurozona, algo que hay que detener.

—En la prensa alemana se ha hablado de que España seguirá a Grecia. ¿Cómo valora usted este comentario?

—Los problemas con los que nos enfrentamos surgieron en el año 2007, con la crisis finaciera y económica y con una política salarial alemana errónea, que ha conducido a un masivo desequilibrio económico en la Unión Europea. Luego, los estados asumieron parte de los problemas bancarios derivados de la crisis. Me temo que tras Grecia, otros estados, cuyo acceso al mercado de capitales está cerrado, se hallarán en una situación similar. La consecuencia será una política de ahorro restrictiva con la destrucción masiva de las políticas sociales. Las exigencias para una política de ahorro y de recorte en la política social serán también cada día más fuertes en Alemania.

—Dos o tres agencias de calificación deciden el futuro de un Estado. ¿Qué propone La Izquierda para acabar con esta situación?

—Exigimos que estas agencias se hallen bajo el control del Estado. Al mismo tiempo necesitamos una Agencia de Calificación Europea, que se preocupe de lograr mayor transparencia en los mercados financieros. Tres años tras el inicio de la crisis financiera los Fondos de Alto Riesgo ganan de nuevo miles de millones de euros, los bancos emiten acciones muy ariesgadas y al mismo tiempo apuestan por su caída. Las Agencias de Calificación intentan llevar a la bancarota a Gre-
cia, España, Portugal e Irlanda. La crisis griega muestra de modo claro que los gobiernos están todavía en manos del juego de los especuladores. El dictado de la economía especulativa debe ser roto. La Izquierda exige, primeramente, seguridad en el crédito y la prohibición inmedidata de los Fondos de Alto Riesgo y de la Venta al Descubierno.

—¿Cuál es la relación de la crisis con la democracia y viceversa?

—Las protestas en Grecia muestran que las personas se han situado, de modo masivo, en contra de la destrucción de la política social. Se han dado cuenta, finalmente, de que deben pagar la salvación de los bancos. Esta percepción es la misma para las personas de Alemania o de España. Quien asienta con los planes de recortes para los trabajadores, familias y pensionistas pone en juego no sólo la superación coyuntural sino también la paz social en Europa. Algo que puede ser mucho más caro que el paraguas de protección del euro.

—Cómo contempla usted el futuro de Europa.

—Debido a los draconianos recortes en los presupuestos provocados por los paquetes de protección al euro, ponemos en peligro real todo lo que hemos logrado desde la II Guerra Mundial. La paz social en Europa está en peligro. Grecia es, posiblemente, el punto de partida de un incendio.

—El nuevo proyecto de programa político de La Izquierda ha provocado numerosas críticas en el seno de su partido. ¿Qué piensa usted de estas críticas?

—En mi opinión este proyecto es bueno y me ha admirado lo rápido que han llegado I las primeras críticas. Algunos se han expresado demasiado rápido y ha fallado la posibilidad de elaborar un juicio final. Ahora debemos organizar las discusiones sobre distintas cuestiones críticas.

—Dietmar Bartsch, miembro de su partido, ha dicho "que la propiedad privada no es ningún instrumento demoníaco". ¿Qué le parece?

—La propiedad privada es una cuestión central del capitalismo. Grandes riquezas en pocas manos han provodado grandes daños en los últimos años. El proyecto del programa del partido ha sido elaborado y presentado por Oskar Lafontaine y por Lothar Bisky y la Comisión del Programa lo ha aprobado de modo unánime. Nosotros nos hallamos en una situación confortable para discutir sobre estos fundamentos y para pelear por ellos. Pero primero tienen la palabra los miembros del partido.

Juana Vera - El Siglo

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sábado, 5 de junio de 2010

OTRO TRABAJO ¿Es necesario trabajar para vivir?

Análisis. Perspectivas del no-trabajo.

Los autores defienden que el capitalismo moderno traba e impulsa, a la vez, la autonomía de los tiempos de la reproducción y la vida.

La introducción de la ciencia en los talleres a finales del siglo XIX y comienzos del XX supuso el declive definitivo de los trabajadores de oficio hasta entonces empleados en la industria. La mecanización, fragmentación y estandarización de los procesos de trabajo que vinieron de la mano de la ciencia abrieron también las puertas al uso masivo en las fábricas de trabajadores sin ninguna experiencia previa en el trabajo industrial.

El acceso al consumo de bienes y servicios para cada vez más segmentos de la población (la reproducción y supervivencia de las sociedades, en definitiva) pasó a depender de la participación (propia o de otros miembros de la familia) en el trabajo asalariado. En consecuencia, el conjunto de las instituciones sociales fueron orientándose hacia la producción, mantenimiento, reproducción y formación de esa población de trabajadores: la "sociedad" debía ser capaz de "producir" (o "importar") asalariados en las cantidades y calidades que las empresas demandaban.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, esta gestión social de las poblaciones asalariadas fue adquiriendo una autonomía creciente con respecto a los tiempos y lugares en los que las personas trabajaban, la reposición de materiales y tecnologías o la circulación del capital financiero. Hoy, los asalariados modernos cesan su actividad laboral (se ponen enfermos, se quedan sin empleo, envejecen, disfrutan de un período de descanso) y, no obstante, siguen consumiendo. Los administradores públicos de los centros formativos proponen currículos que, sin embargo, sólo años después pueden presentar una utilidad práctica para las empresas. Los fondos socializados resultantes de las cotizaciones de los asalariados (seguros de desempleo, jubilación, enfermedad) pueden garantizarles en el futuro un poder de compra no sometido a los vaivenes de los mercados financieros. Las condiciones de vida de las poblaciones asalariadas parecen, pues, cada vez menos dependientes de las prestaciones laborales llevadas a cabo en un momento concreto.

Así pues, en nuestras sociedades, el tiempo de trabajo directamente implicado en la reproducción y mejora de nuestras condiciones de vida ha ido reduciéndose progresivamente conforme se incrementaba la automatización de los procesos productivos y, en general, la productividad del trabajo. Como consecuencia, se ha posibilitado un descenso del tiempo de trabajo humano que, en los países occidentales, se habría plasmado en diferentes fórmulas: reducción progresiva de la jornada laboral semanal, prohibición del trabajo infantil y ampliación de la escolarización obligatoria, institucionalización de la prestación por jubilación, instauración progresiva de las vacaciones remuneradas, etc. A todos estos dispositivos de reducción de los tiempos de trabajo humanos se añade otro de consecuencias menos amables: la extensión del desempleo (hoy, portada de todos los periódicos, aunque es un fenómeno consustancial a las sociedades basadas en el trabajo asalariado).

Precisamente en un contexto en el que el empleo se ha convertido en un objeto de deseo para buena parte de la población, parece difícil enarbolar la bandera del "no-trabajo como un horizontes socialmente posible, capaz de convertirse en el principio constitutivo de nuestras sociedades en lugar de actuar como una realidad restringida a determinadas etapas de nuestra vida, a ciertos segmentos de población o a minorías políticamente organizadas dispuestas a hacer del 'rechazo al trabajo' una apuesta política y vital mejor o peor formulada. El 'no-trabajo' parece constituir hoy un terreno abonado para los relatos de ciencia-ficción en los que especies alienígenas nos liberan de nuestras obligaciones laborales. Sin embargo, ¿debemos considerar el 'no-trabajo' como un cuerpo extraño a las sociedades actuales?

La historia del salariado parece inclinada a avanzar por los 'malos lados' y la reducción del tiempo de trabajo humano se expresa dramáticamente en términos de desempleo para unos y de intensificación y ampliación del tiempo de trabajo para otros (postergación de la edad de jubilación, ampliación de la jornada laboral, concentración del empleo en determinados países). Pero, al igual que la destrucción de los trabajadores de oficio posibilitó la extensión de las instituciones del salariado al conjunto de la población, dicha socialización ha hecho posible, sin pretenderlo, no sólo otros modos de distribución de la riqueza social, sino también una reducción real y aún más generalizada de los tiempos de trabajo humanos. La radicalización de esta tendencia no es pensable fuera de los dispositivos institucionales que realizan hoy la formación, el reciclaje, el mantenimiento y la reproducción ampliada de la población asalariada. Estos procesos se efectúan de manera cada vez más autónoma respecto de los tiempos de trabajo efectivos: mediante negociaciones (convenios), impuestos y cotizaciones que permiten distribuciones y repartos (parcialmente liberados así de los intercambios de valores equivalentes), en función de necesidades sociales y políticamente determinadas (de manera cada vez más descentralizada) par unos u otros colectivos. No obstante, esta producción y reproducción de la clase de los asalariados se realiza aún a espaldas de ella. La progresiva reapropiación, por su parte, de dichos mecanismos aceleraría el proceso de liberación definitiva de los tiempos de la vida de los del trabaja asalariado: no tenemos que esperar a que nos invadan los marcianos.

fuente: Jorge García López y Alberto Riesco Sanz, sociólogos - Diagonal, 27 de mayo de 2010, págs. 4-5

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